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estaba en algún lugar cercano al dios lagarto, así que ¿dónde está? ¡Date prisa, hombre, o nos cogerá ese monstruo si no lo hacen los indios! Bill pudo ver que Elliot tenía bastante razón. Punta-de-Taco, profundamente irritado y silbando de gozo al volver a tener a la vista al hombre que acababa de escapar de sus fauces, rugió, gruñó y corrió hacia ellos, resuelto a llevar a cabo la destrucción, masticación, digestión e indudablemente eliminación de Bill por más de una vía. ¡El túnel! dijo Bill . ¡Eso es! ¡Está por allí! Su dedo índice osciló al intentar señalar el sitio en el que había visto la misteriosa entrada hacia otro mundo al que había hecho referencia Punta-de-Taco. ¡Bill! gritó Elliot . ¡Yo no la veo! gritó desesperadamente y retrocedió mientras corría, lo cual resulta una tarea muy difícil de llevar a cabo . ¡No la veo pero sí veo a ese dios, y ese monstruo es enorme! Efectivamente, Punta-de-Taco se aproximaba a ellos a una tremenda velocidad, con las fauces goteando saliva, por no hablar de la falda de siseantes víboras de cascabel y las garras de cola de escorpión. ¡Matadles! ordenó Trueno Bramador . ¡Disparadles! Una nueva lluvia de flechas atravesó el aire. Bill no se agachó esta vez, aunque la consecuencia del siguiente acontecimiento sirvió para el mismo propósito: tropezó. Tropezó en una roca, y al hacerlo consiguió derribar también a Elliot Metadrina. Pero la buena fortuna llega ocasionalmente, porque ambos cayeron en un enredo, y la lluvia de flechas que acababa de ser arrojada hendió el aire del sitio preciso que acababan de abandonar, golpeando y clavándose en varias partes de la anatomía del dios azteca llamado Punta-de-Taco. Ahora bien, está escrito, y por tanto puede darse por supuesto, que incluso los monstruos de naturaleza legendaria eran de carne y hueso, o de algo repulsivo parecido, más o menos, a la carne y al hueso, por lo que cuando Bill levantó la mirada esperaba que Punta-de-Taco sangrara al menos un poquito y estuviera esperanzadoramente herido mortal o inmortalmente. En lugar de eso, se sorprendió al ver que el dios azteca estaba pasando por una fuerte reacción de naturaleza decididamente electrónica. Una de sus cabezas de lagarto había sido arrancada limpiamente, y dejado al descubierto cables y componentes de computadora. La mayoría de las flechas habían rebotado en su pecho, pero aquellas que lo habían atravesado eran ahora una lluvia de chispas que caían como cataratas. Las serpientes se entretejían y retorcían mientras entre ellas restallaban rayos de electricidad estática. ¡Argh! ¡Zap! ¡Snap! ¡Crackle! ¡Pop! crepitaba Punta-de-Taco . ¡Matad a los infieles! ¡Que se joda el emperador! ¡Puaj Fi Fo Fium Fallo! Luego cayó de espaldas, presa de espasmos y escupiendo fuego y chispas, para golpear el suelo con un estruendo definitivamente metálico. ¡Aborígenes indios idiotas! gritó el jefe Trueno . Habéis matado al dios. Evidente gimió Búfalo Charcoestaneado . ¡Es lo que en antiguo lenguaje rural podría llamarse malas noticias! ¡Infieles! exhortó el dios-payaso, retumbando desde su nube . No debe permitírseles escapar. Mi ira es terrible, permitidme que os lo diga, y va a haber algunas pieles rojas asadas por aquí... Fue un espectáculo impío, pues el dios no acabó nunca su divina frase; un repentino arco de energía salió disparado de los despojos del caído Punta-de-Taco, un arco de porquería achicharradora que hizo diana en la nube y estalló en su interior con una gigantesca explosión. Instantáneamente comenzaron a llover carbones y transistores, junto con una enorme cantidad de agua que se estrelló sobre los indios y los empapó en el acto precipitándoles de cabeza a un instantáneo lago de fango. ¡Robots! dijo Elliot . ¡Bill, ambos dioses eran robots! ¿Sabes lo que eso significa? ¡Nada bueno! Si esto quiere decir que estoy de vuelta en el planeta de los esclavos robot* vamos arreglados. ¡Continuamos estando en el mismo planeta, idiota! ¡Tiene que haber alguna explicación, pero éste no es el momento para preocuparse de eso! ¡Si quieres preocuparte, mira allí... sigue andando! Bill miró. Efectivamente, allí, en la pared del cañón, estaba la entrada del túnel. Una sección de la pared se estaba deslizando para abrirse con un sonido de raspar roca contra metal. ¡Ya lo ves! exclamó Bill . ¿Qué te había dicho yo? ¡Bueno, no te quedes ahí tirado como una chinche muerta! ¡Tenemos que ponernos en movimiento antes de que los indios se recobren! Bill se sintió así adecuadamente motivado. Se puso de pie trabajosamente y corrió con todas sus fuerzas hacia la atractiva entrada de la cueva, con Elliot acelerando junto a él. Pero la puerta sólo estaba lo suficientemente abierta como para dejar pasar a una persona y media. Llevados por el miedo y el urgente sentido de la supervivencia, ambos chocaron contra ella precisamente en el mismo instante, encajando en la abertura como dos actores de una película realmente mala. Pero ahora no existía ningún toma-y-daca de cortesía, ningún tú-viejo-amigo entra primero. ¡Los soldados primero! gritó Bill, dándole a Elliot el codazo más fuerte de que fue capaz. ¡No! ¡Yo soy el poli temporal! ¡Declaro esto un asunto de prioridad e insisto en
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