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fisiológico..., no obstante, sigue siendo un truco, que ha sido realizado ocasionalmente en
los escenarios, por lo menos durante los últimos cuatrocientos años.
—Póngase de pie —le pedí—. Deje que lo intente de nuevo.
Así lo hizo. Yo también. Seguía siendo inamovible.
—Ahora —comentó cuando me rendí por segunda vez—, pruebe una vez más. Verá
que puede alzarme.
Me sequé la frente, puse mis brazos alrededor suyo y tiré hacia arriba con toda mi
fuerza. Casi le lanzo contra el techo. Atontado, lo deposité en el suelo.
—¿Lo ve? —inquirió al sentarse en el sillón—. Así como yo sabía que usted no podría
alzarme a menos que yo le dejara, también sé que no hay nada que yo pueda hacer para
alterar los acontecimientos actuales en Santa María dada la dirección por la que van. Sin
embargo, usted sí que puede hacerlo.
—¿Yo? —le miré asombrado y, en ese momento, exploté—. Entonces, por el amor de
Dios, dígame cómo.
Sacudió la cabeza despacio.
—Lo siento, Tom —repuso—, pero no puedo. Sólo sé que, en términos ontogenéticos,
la situación actual le muestra a usted como un personaje central. En usted, como un
punto, el haz de fuerzas humanas concentradas aquí e inclinadas hacia la destrucción por
otro personaje central semejante, pueden ser redirigidas de nuevo hacia un esquema
histórico general con un mínimo de daño. Se lo explico para que, al ser consciente de ello,
permanezca al acecho de las oportunidades que se presenten para esa tarea de
redirección. Eso es todo lo que puedo hacer.
De modo increíble, con esas palabras se puso de pie y se encaminó a la puerta del
apartamento.
—¡Un momento! —exclamé, y él se detuvo, girando momentáneamente—. ¿Quién es
este otro personaje central?
Padma sacudió de nuevo la cabeza.
—No le serviría de nada saberlo —contestó—. Le doy mi palabra de que ahora se halla
muy lejos de la situación y no se acercará a ella. Ni siquiera se encuentra en el planeta.
—¡Uno de los asesinos de Kensie! —exclamé—. ¡Y ha abandonado el planeta!
—No —comentó Padma—. No. Los hombres que asesinaron a Kensie únicamente han
actuado como instrumentos en estos acontecimientos. Si ninguno de ellos hubiera
existido, otros habrían ocupado su lugar. Olvide a ese otro personaje central, Tom. Él no
estaba al mando de la situación que creó más de lo que usted lo está aquí y ahora.
Simplemente, al igual que usted, se encontraba en una posición que le posibilitaba la libre
elección. Buenas noches.
Con esas últimas palabras se marchó repentinamente. Hasta el presente no me resulta
posible recordar si se movió con insólita velocidad, o si, simplemente, por alguna razón
que ahora no puedo recordar le dejé marchar. Lo único cierto es que, de súbito, me
encontré solo.
La fatiga me inundó como las pesadas olas de algún océano de mercurio. Trastabillé
hacia el dormitorio, caí sobre mi colchón de aire y eso es todo lo que recuerdo hasta —
sólo pareció un segundo después— que me despertó el martilleo del sonido del teléfono
en mis oídos.
Extendí el brazo, busqué en la mesilla de noche y activé el interruptor.
—Aquí Velt —repuse con pesadez.
—Tom..., soy Moro. ¿Tom? ¿Eres tú, Tom?
Me pasé la lengua por los labios, tragué saliva y hablé de forma más comprensible.
—Soy yo —contesté—. ¿A qué se debe tu llamada?
—¿Dónde has estado?
—Durmiendo —dije—. ¿A qué se debe la llamada?
—He de hablar contigo. ¿Puedes venir...?
—Ven tú aquí —comenté—. Tengo que levantarme, vestirme y tomar algo de café
antes de que pueda ir a algún lugar. Podemos hablar mientras lo hago.
Corté. Él todavía decía algo al otro extremo de la línea, pero en ese momento no me
importaba lo que fuera.
Saqué mi cuerpo muerto de la cama y comencé a moverme. Estaba vestido y con el
café preparado cuando llegó.
—Toma una taza.
Se la empujé cuando se sentó conmigo a la mesa del porche. La cogió de modo
automático.
—Tom... —comenzó. La taza temblaba en su mano cuando la levantó para beber
rápidamente antes de depositarla otra vez sobre la mesa—. Tom, tu perteneciste en su
momento al Frente Azul, ¿no es cierto?
—¿No pertenecimos todos? —repliqué—. Cuando nosotros y el movimiento éramos
jóvenes y parecía un equipo idealista organizado con el fin de poner algún orden y
sistema en nuestro gobierno mundial.
—Sí, sí, por supuesto —repuso Moro—. Lo que quiero decir es que, si una vez fuiste
miembro de él, quizá conoces a alguien con quien puedas contactar ahora...
Comencé a reírme. Me reí tan fuerte que tuve que soltar la taza para que no se volcara
el contenido.
—Moro, ¿no se te ocurre nada mejor que eso? —pregunté—. Si supiera quiénes son
los actuales dirigentes del Frente Azul, estarían en la cárcel. El comisionado de policía de [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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