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Era tan robusto, que se partió bajo su peso. El servidor De Cre~y
intentó sujetarle cuando sufr�a las fuertes convulsiones, de ah� que
haya quedado en ese estado. Recibió fuertes contusiones durante el
proceso. Sin duda es un d�a tr�gico para la Orden, hermano Manuel.
El hospitalario meneó la cabeza, asintiendo tristemente. Era evi-
dente que aceptaba como v�lida la historia de Belami.
-Es la voluntad de Dios y de nuestro bendito san Juan -dijo
con la debida veneración-. Har� los preparativos para el entie-
rro inmediato. -El hospitalario hizo un esfuerzo para agregar, e~
voz baja-: Este calor pondr� el cad�ver en estado de putrefac.
ción en pocas horas. Ser� mejor enterrar al mariscal hoy mismo.
Belami hab�a hecho lo correcto al proteger la reputación del tem-
plario. Antes de la puesta del sol, el cad�ver de Robert de Barres hab�a
sido colocado en un ata�d r�pidamente construido con madera de
cedro de la zona y, con la debida pompa y el ritual adecuado, en ausen-
cia de un hermano del templario, fue enterrado por el hospitalario
oficiante, hermano Manuel de Ortega.
La princesa Eschiva asistió al funeral, profundamente emociona-
da por la s�bita muerte de un viejo amigo y honorable invitado, y ade-
cuadamente vestida de un maravilloso vestido negro; la acompa�aba
lady Elvira, envuelta dram�ticamente en una negra capa de amazona.
Con ellas formó casi toda la guarnición, incluyendo a los lanceros tur-
cos. Como sea que tanto los hospitalarios como los servidores templa-
r�os vest�an de uniforme negro, la sombr�a ceremonia resultaba impre-
sionante. Por otras razones, Simon y Belami no la olvidar�an jam�s.
En cuanto terminó el servicio funerario, el cad�ver de De Barres
fue bajado a la fosa profunda que hab�an cavado tres servidores tem-
plarios como un postrer gesto de respeto hacia su mariscal muerto.
Se acababa de arrojar la �ltima palada de arena sobre el flamante
ata�d, cuando un exhausto lancero turco llegó montado en un caba-
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llo cubierto de sudor. Se dirigió directamente a Belami y le infor-
mó, en �rabe:
-Reinaldo de Ch�tillon ha enviado una patrulla a atacar una rica
caravana sarracena. Si part�s de inmediato, servidor Belami, podr�is
llegar antes que ellos. Este mensaje lo manda el servidor D' Arlan de
los hospitalarios.
Las �ltimas instrucciones que Belami recibió de parte de De
Barres fue la orden de mantener la presencia de los templarios en la
ruta de los sarracenos a La Meca, con el fin de prevenir esta suerte
de ataques depredadores por parte de De Ch�tillon.
-Ensillad, mes amis -ordenó Belami-. Yo le explicar� a la
princesa la situación. Partimos hacia el norte inmediatamente. Con
un poco de suerte, los atacantes avanzar�n despacio, para conser-
var las energ�as para el ataque. Si llegamos demasiado tarde, esto
sólo puede conducir a la guerra.
Las patrullas de los templarios van ligeramente pertrechadas,
pues otras posesiones que no sean las raciones de campa�a y las
armas no son consideradas de importancia por la orden. Pierre ape-
nas tuvo tiempo de despedirse de Eschiva, y Simon ni un segundo
para decirle adiós a Abraham-ben-Isaac. A Belami le llevó sólo un
minuto informar a la princesa y expresarle su gratitud por su ama-
ble hospitalidad.
A los diez minutos de la dram�tica llegada del mensajero, la patru-
lla de los templarios franqueaba las puertas de Tiberias en dirección
al norte. La tormenta de verano estaba a punto de estallar.
Mientras Simon cabalgaba al frente de su tropa, le palpitaba el cere-
bro a causa de la conmoción que le hab�an producido los terribles
sucesos de la ma�ana. De repente, recordó unas palabras de Abraham-
ben-Isaac: �Los acontecimientos futuros se presienten�. La mente.
creadora capta esos presentimientos, como los reflejos del heliógrafo
del pulido escudo de un explorador al enviar un mensaje de alerta a
ima patrulla en el desierto. Por lo que me has contado sobre tus vue-
los durante el sue�o, hijo mio, deduzco que t� posees ese don de pro-
fetizar: don o castigo, como quieras verlo.
�Yo puedo ense�arte a controlar esos sue�os, en que tu esp�ritu
se desprende de tu cuerpo dormido, como el halcón Horus del dor-
�nido Osiris. Hasta el momento, estas visiones han sido involuntarias
aventuras nocturnas. Ahora, podr�s ponerte en trance meditativo y
uoltar tu cuerpo sutil a voluntad, para que vague por Netsach, el lugar
del pensamiento creativo.
En el curso de la semana siguiente, el mago jud�o le hab�a ense-
�ado a Simon la t�cnica de la relajación, para inducir un estado de
lle�o semejante al trance.
-Al principio, nunca debes hacerlo solo. A tu padre tambi�n se [ Pobierz całość w formacie PDF ]
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